Cuando las cosas y lugares se despiertan y dejan oír su voz, nos cuentan “historias lejanas” y nos dan lecciones que el tiempo no puede avejentar, entonces, es tiempo para contemplar...admirar, agradecer y cambiar! Algo nos dice que hay que nacer de nuevo...
Hemos peregrinado en actitud orante y contemplativa cada rincón de nuestra primera casa en América: La Capilla, los viñedos, las viejas paredes de la galería y los salones, convertidos hoy en “museo de la memoria”, y hemos llegado a uno de los lugares más simbólicos que es un sótano-bodega, donde las primeras hermanas vivían la mística del trabajo salesiano con admirable entrega. En este lugar húmedo y oscuro, lavaban la ropa de cientos de niños del Colegio Salesiano y hacían el vino para la misa.
Allí trabajaban de sol a sol y, en muchas ocasiones, comían los mendrugos de pan que encontraban en los bolsillos de las prendas de los niños para saciar su hambre.
Muchas preguntas rondaron nuestra mente y nuestro corazón en esta jornada: ¿Es posible vivir hoy la “santa alegría” en medio de la pobreza, como nuestras primeras hermanas? ¿de qué manera?
Si miro mi vida de opción por una vida pobre ¿puedo sentirme en comunión con ellas?
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